Ella viaja sola…

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Recuerdo perfectamente mis primeros viajes en avión. Me fijaba en la gente que viajaba sola (casi todo hombres, por aquel entonces), y se me antojaba como una experiencia liberadora y especial. Algo que, – cuando fuera mayor-, definitivamente, quería hacer.

Parece que el mundo hoy en día está pensado para hacer las cosas, siempre en compañía. Intenta reservar un hotel, una mesa en un restaurante y observarás que,  -por defecto-, se supone que tenemos que agruparnos, -como mínimo-,  de dos en dos. Pero si los sistemas de reserva no pueden emitir un pop up que te diga “eres raro”, ya se encargará de decirlo la gente.

Tras la pregunta: “¿Adónde vas de vacaciones?”, la siguiente es: “con quién?. Tras mi respuesta: “pues, esta vez sola, y, la verdad, tenía muchas ganas de irme sola”, vienen suposiciones de todo tipo “esta tía es rara, es mística”, o “va a pillar cacho” o “no debe haber quién la soporte”, etcétera….

Afortunadamente, hay quien comprende que se trata de una decisión personal y una experiencia distinta, con sus ventajas respecto a la constante compañía de alguien.

Costa Rica fue el destino de mi primer viaje largo en solitario. Tras leer “Pura Vida” de José María Mendiluce, decidí que tenía que conocer aquel país.

Se dio la circunstancia de que en aquél entonces tenía pareja. Pero la decisión estaba tomada desde antes de conocerle. Mi vida estaba antes. Yo, ya existía antes.

Llegué a San José casi de noche y mi hotel estaba en una zona poco recomendable. Rememoro esa sensación de “esto me asusta un poco, pero..lo estoy haciendo y soy dueña de mi tiempo y mis decisiones durante quince días”…Ese vértigo positivo. Ese “sentirse vivo”.

Por supuesto durante toda mi estancia fui interrogada sobre mi situación sentimental, sobre “¿qué buscaba allí yo sola?” y sobre todo sobre cómo mi entonces novio me lo permitía…¿Le harían este mismo tipo de preguntas a un hombre? Por supuesto, no.

Reconozco que, siendo Costa Rica un destino típico de lunas de miel, en alguna ocasión sentí eso de “ahora no me importaría estar acompañada”, pero fueron momentos puntuales.

Nada comparable a estar tendida en la playa de Manuel Antonio, mezclándose el sonido de las olas, los chillidos de los monos y música de Bob Marley de fondo. Cerré los ojos y pensé : “Estoy a 9000 km de mi casa, nadie sabe exactamente dónde estoy y si me pasa algo no se enterarían en días, pero ahora mismo no necesito nada más ni a nadie y ojalá nadie me arrebate esta sensación. Libertad”.

Fue una revelación para mí, lo que empezó como curiosidad se había convertido en una necesidad.

El segundo interrogante suele ser: “¿no te sientes sola?”.

De la soledad no se puede escapar y tampoco se produce por el simple hecho de encontrarse a solas, físicamente. Quien tiene un vacío en su propia casa, lo seguirá sintiendo y probablemente aumentado estando lejos. Quien está rodeado de un gentío también lo seguirá sintiendo. Uno se puede sentir muy solo estando en pareja, y eso sí es desgarrador. Dicho esto, no recomendaría este tipo de experiencia como “escapatoria”. Sólo he viajado de esta forma cuando sabía que podría solo sentir una melancolía pasajera, -como me pasa habitualmente en Barcelona-, pero nada más.

Probablemente el entorno sea el que te señale como “raro” o “diferente”…Recuerdo una Nochebuena en un hotel de una zona rural de Camboya donde me sentaron junto a una pareja de franceses, al tratarse de una cena especial. Sus miradas de lástima frente a mi felicidad al estar evitando un periodo tan tedioso como la Navidad y aprovechándolo en un lugar increíble.

El viaje puede ser tan silencioso o tan animado como tú elijas. Nadie te obliga a estar las 24 horas solo, y por el contrario, siempre ha sido mi intención conocer realmente los destinos, no turistear. Eso implica interactuar con la gente, autóctonos y otros viajeros.

Existe un a magia en esas relaciones. Cuando sabes que probablemente nunca volverás a ver a esa persona y a la vez, dependes en cierta manera de ella, se da una confianza especial.

No recuerdo a mucha gente que he conocido en mi ciudad en el último año, sin embargo, sí los nombres, caras e historias de muchas personas que conocí viajando hace veinte años.

¿No sientes miedo?. El miedo, ¿para qué sirve?. Opino que, como en el día a día hay que informarse y ser precavido, pero el miedo no puede convertirse en un carcelero que te impida aprender, experimentar, sentir…

Viajar a solas y por libre implica y te obliga a abrir tus sentidos al cien por cien. Puesto que dependes únicamente de ti mismo, no puedes permitirte despistes y por ende, mayor es el aprendizaje, externo e interior.

Aprendizaje interior he dicho. Estamos rodeados de tanto ruido innecesario, tanta información, tantos bártulos, tanta gente…Estar solo, con una maleta y frente a lo desconocido, totalmente fuera de tu zona de confort te lleva a lo básico, a tu centro, a tus raíces y maximiza tus capacidades. Instinto de supervivencia, supongo…¿No sería un ejercicio necesario para todos al menos un a vez en la vida?.

Cuando un viaje te cambia, te regala perspectivas nuevas, sobre el mundo y sobre ti, es la experiencia total. Viaje, a la vez, interior.

Ser mujer y viajar sola. No eres una persona rara, eres un puto Alien y una temeraria (según los demás, claro…).

Esta cuestión merece capítulo aparte. No nos engañemos, por desgracia el mundo sigue siendo un lugar más limitado y peligroso para la mujer. En depende de qué latitudes, viajar a solas es toda una osadía.

Pero soy una inconformista, reivindico el derecho a poder ir adonde va cualquier hombre, aunque me cueste más.

Por supuesto y especialmente en según qué países, una mujer sola es un reclamo constante, por diferente motivos. Además extranjera, con lo cual -dado el caso- se supone que se te puede engatusar con mayor facilidad. Puede resultar asfixiante sentirse como un letrero con luces de neón, cuando solo pretendes dar un paseo…¿Mi táctica?. Si no puedes con el enemigo, únete a él, a veces….

Como ejemplo, al salir de mi hotel tras llegar a Saint Louis (Senegal), me sentí insegura como pocas veces. Sólo caminaban hombres por la calle. Me abordaban, me seguían, me silbaban….Pero no quise regresar al hotel y darme por vencida, así que elegí a un chico que me parecía bastante presentable, como guía, dejándole claro desde el primer minuto los términos y que no tendríamos ningún tipo de intercambio sexual (en Senegal esto es necesario). Creo que defraudé sus expectativas, pero, las cartas, siempre sobre la mesa…

Tristemente como mujer siempre eres más susceptible a que intenten timarte, según mi experiencia. Sabiendo esto, recomiendo desconfiar, ir dos pasos por delante. Si te toman por tonta, no enfrentarse, hacerse la tonta hasta que sea necesario plantar cara.

Otra inquietud morbosa típica, tanto por el entorno como por los lugareños…¿Buscas sexo viajando sola?.

Si de turismo sexual hablamos, me parece denigrante, por supuesto. Si de encuentros sexuales de igual a igual hablamos sin intercambio monetario, como recomendaría la Lonely Planet, “usa condón”.

Por supuesto, muchos lugareños asumen que la mujer europea es muy abierta sexualmente y que si va sola busca un macho para un affaire o incluso como marido (“llévame a España, mamita…”).

Si bien no soy proclive a evangelizar, y viajar supone aceptar las diferentes culturas y mentalidades y no dejarse llevar por el etnocentrismo, a este respecto, como mujer, intento, simplemente, informarles de que existen otras visiones que deben respetar. Por ello, en algunos viajes me he negado a justificar mi falta de ganas de tener sexo con alguien escudándome en fingir que tengo pareja. No deberíamos hacerlo. Simplemente, hacer saber que, -según tu educación-, si una mujer no quiere tener sexo, simplemente es un “no” y no hacen falta excusas ni pretextos. Creo que la frase que más veces escuché en Senegal fue: “Pero, ¿qué problema hay?…eres soltera y me gustas, acostémonos”.

Como conclusión, entiendo que viajar así no es una opción ni recomendable para todo el mundo, puede…

Mi pobre madre siempre dice: “está bien que seas atrevida, pero no tanto”, y “¿no te podrías ir a países “normales”?”.

Comprendo que provoque sorpresa e incertidumbre, pero dada mi forma de ser, especialmente independiente, disfrutar de mi propia compañía es algo necesario a veces.

En un mundo en el que venimos solos y nos vamos solos, pero todo está diseñado para hacerse en compañía, ¿no debería ser algo natural disponer también de esa parcela de libertad?.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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